A finales de la década de los 50, cuando André Bazin se planteó qué era el cine, no parece que tuviera intención alguna de dar con una respuesta cerrada. Al francés, la pregunta le sirvió como modo de encabezar su compilación de artículos reflexivos, pero más allá de dar cuenta de un cierto estado de la cuestión desde un enfoque teórico eminentemente personal, no acota en ningún momento nada parecido a una definición. Si eso fue así hace más de medio siglo, cuando el panorama cinematográfico era mucho más concreto, intentar responder a esta pregunta hoy en día constituye una tarea infinitamente más compleja.
Para alguien que haya vivido siempre en este contexto de cajón de sastre audiovisual actual, en el que se mezclan las películas de las que habla Bazin con el cine de autor contemporáneo, blockbusters seriados, productos para televisión “muy cinematográficos”, videoclips, ensayos visuales, historias de Instagram y Tik Toks, la línea entre ser o no ser cine se presenta de forma aún más difusa. Y, sin embargo, es innegable que estamos hablando de algo, cuando hablamos de cine. Sería lógico suponer que la única forma de poder dar un sucedáneo de respuesta para esta cuestión sería seguir los pasos de Bazin, a través de un pastiche de visionados, estudios de una tradición, tendencias contemporáneas y la relación de este arte con los demás. Pero a la hora de cerrar una definición, volveríamos a estar en el mismo punto. No podemos limitarla al lugar de consumo, hace años que el cine superó las limitaciones de la gran pantalla; tampoco podemos ampararnos en la idea del lenguaje cinematográfico como se venía conociendo, en un momento en que la innovación técnica ocasiona una disrupción con formas que mutan continuamente; ni siquiera la podemos sustentar en los grandes nombres cuando autores ya clásicos recurren a circuitos de VOD para crear y exhibir sus obras. De hecho, activando el discurso de Duchamp y sus readymade, que alteraron la definición de “arte”, nos encontramos en un punto en el que se podría defender que cualquier producto audiovisual es cine, si se designa como tal. Y es probable que no todos estuviéramos de acuerdo.
Es más, hoy en día, en una época en la que todo es líquido (retomando la tesis de Zygmunt Bauman sobre la modernidad), desde el tiempo hasta el amor, ¿cómo vamos a intentar grabar en piedra la solución a este enigma? ¿Quién se encuentra en la tesitura de poder hablar de una única respuesta? Si debemos quedarnos con algo, es que el cine es. Tantos años después, así sigue siendo. Adaptará diferentes formas y se encapsulará en distintos envoltorios, pero el impulso cinematográfico sigue vivo en el inmenso mar de lo audiovisual, y a lo mejor eso es lo único que importa.
Júlia Gaitano